

Durante años, Apple trató la idea de las ventanas en el iPad como un sacrilegio. Pero con iPadOS 26 instalado, los iPads de hoy están haciendo cosplay de macOS, convirtiéndose en Macs de pantalla táctil en todo menos en el nombre. Y aquí está la cosa: en realidad es bastante bueno. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cuándo se produjo este cambio fundamental que acabó con la visión del iPad de Steve Jobs?
Cuando Jobs presentó por primera vez el iPad en 2010, lo presentó como un dispositivo de “tercera categoría”, algo entre un teléfono y una laptop. Para que esa categoría justificara su existencia, Jobs dijo que tenía que ser “mejor” en ciertas tareas clave. Enumeró la navegación por internet, el correo electrónico, los videos, la música, los juegos, los e-books y las fotos. Casualmente, esas eran exactamente las cosas en las que el iPad era realmente bueno.
En la demostración original, Jobs no utilizaba el iPad en un escritorio, sino relajado en una silla. “Usar esta cosa es extraordinario. Es mucho más íntimo que una computadora y mucho más capaz que un smartphone con su preciosa pantalla grande. Tener internet en las manos es una experiencia increíble”, mencionó del iPad. Suponiendo, claro está, que no quieras hacer mucho más que leer.
Se trataba, pues, de un dispositivo centrado. Elegante. Sencillo. Mejor que un teléfono o una laptop para el consumo de medios. Pero incluso durante esa demostración, hubo indicios de la tensión que estaba por venir.
Un roce con el futuro
El creador de Brushes, Steve Sprang, apareció en el escenario y sugirió que el iPad podría ir más allá de la narrativa del consumo primero: “Los artistas ya han hecho cosas increíbles con el iPhone, y creo que con esta pantalla más grande van a tener un verdadero estudio de pintura portátil”. La propia Apple presentó versiones optimizadas para el uso táctil, aunque notablemente simplificadas, de su suite diseñada para oficina, iWork.
Los problemas llegaban cuando empezabas a usar estas aplicaciones. La de Sprang era divertida. Tenía un aspecto precioso. El lienzo más grande ofrecía espacio para jugar. Pero los artistas suspiraban por opciones de entrada más allá de sus propios dígitos. Eso no encajaba con el comentario despectivo de Jobs sobre otros fabricantes de tablets: “Si ves un lápiz óptico, es que la han cagado”.
¿Y iWork? Podías diseñar rápidamente las líneas maestras de un documento o una presentación sentado en el sofá y enviarlo a tu Mac para terminarlo. Pero intentar ser productivo únicamente con el iPad era una faena. En su intento de simplificar la informática, Apple había recortado las cosas al máximo. La interacción era muy contradictoria. Y la falta de un gestor de archivos para todo el sistema, un Finder (Encontrar) para el iPad, significaba que los archivos estaban aislados en aplicaciones, duplicados cuando te movías entre ellas e imposibles de rastrear.